Andalucía, la historia enterrada
M.J.A.

La Guerra Civil de 1936 a 1939 sembró Andalucía con más de 600 fosas comunes con unos 60.000 muertos, según la Dirección General de Memoria Democrática. Y eso, son solo las catalogadas. La contienda del sur de España no se caracterizó por las grandes batallas, pero sí por una represión feroz y profunda que se prolongó también durante la posguerra. Ejemplos de enterramientos masivos como los cementerios de Málaga, con más de 4.000 represaliados amontonados, o Córdoba, con más de 2.000, no se dieron en muchos más puntos de la geografía española.
La dimensión de la tragedia ha hecho que, 65 años después del fin de los fusilamientos masivos (estos se prolongaron los diez años posteriores a la guerra), la gestión de estos espacios, su desenterramiento, estudio e identificación sea una labor extremadamente complicada, lenta y costosa, tanto por su dimensión económica como emocional. Un caso especial fue el de la familia del diputado socialista Luis Dorado Luque, fusilado en Córdoba en 1936 y cuya demanda de identificación al Ayuntamiento de Córdoba —entonces gobernada por IU— llegó al Tribunal de Estrasburgo. La corte europea, finalmente, rechazó la demanda el año pasado.
En Málaga, por el contrario, se hizo una profunda excavación en el Cementerio de San Rafael, donde se constató la fiereza de la represión después de que la capital, que se había mantenido fiel a la República, cayese bajo las tropas franquistas. Inusitadamente, todos los grupos políticos de izquierdas y derechas (el PP gobierna el Consistorio) convinieron en la necesidad de reabrir y estudiar la fosa, huella última de la matanza.
Las excavaciones se han dado en toda Andalucía. Aremehisa, la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica en Aguilar de la Frontera, logró hace tres años reabrir las fosas del cementerio municipal que dan fe de la escabechina que también sufrieron los pueblos. Solo en este municipio cordobés, que durante la guerra contaba con unos 13.000 habitantes, se calcula que fueron fusilados unos 200.

Córdoba busca a los últimos guerrilleros de Sierra Morena
Manuel J. Albert Córdoba 24 AGO 2013

Todos le conocían como El Aparato. El campesino Bernabé Sánchez Torralbo solía recorrer Adamuz (Córdoba) con un artilugio montado en una carretilla, vendiendo y rifando chucherías. «Así se quedó con el apodo», recuerda su nieto, Juan Sánchez. El Aparato era también enlace de la guerrilla que se movía por Sierra Morena combatiendo al franquismo en los años cuarenta. Hasta que el 20 de septiembre, al buhonero se le aplicó la ley de fugas junto al arroyo Valdelaguerra, en Adamuz. Tiroteado hasta morir, su familia está convencida de que fue enterrado en una fosa anónima del cementerio municipal, junto con más de 40 represaliados entre combatientes, colaboradores y víctimas ajenas a la lucha armada. Su tesón por encontrarlo, como hacen otras familias de guerrilleros, enlaces y vecinos, revivió hace unas semanas cuando se practicaron las primeras catas en el camposanto para buscar a las víctimas.
En los cuarenta, Adamuz vivía asolado por la miseria de la posguerra que dejó la contienda civil. La guerra fue atroz en la provincia de Córdoba, pero la década que siguió al final de los combates no lo fue menos. Las partidas de maquis estuvieron activas en los cerros de la provincia durante 10 largos años. Dos lustros en los que se prolongaron las ejecuciones sumarias y los fusilamientos, junto a la cárcel y la tortura de los familiares, a los que apremiaban con sadismo para delatar el paradero de los guerrilleros.
Las últimas columnas de combatientes republicanos resistieron en esos parajes agrestes, diezmadas por la represión y el agotamiento. La más famosa de ellas fue la partida de Romera, liderada por el socialista Claudio Romera Bernal, asesinado el 11 septiembre de 1949. Los Romera tuvieron bastante contacto con otra partida muy activa en Adamuz, la de los Jubiles. Todos ellos desaparecieron a finales de los cuarenta, y con ellos terminó la actividad guerrillera en Sierra Morena. Pero su memoria sigue viva, en buena medida, por la labor que durante años han realizado sus nietos.

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Francisco Cebrián Fernández, fusilado en Adamuz.

Una de las descendientes es Guadalupe Martín Gómez, nieta de Antonio Gómez Soto, acusado de ser enlace de la guerrilla, aunque la familia lo niega, y asesinado el 3 de septiembre de 1947 en el arroyo Tamujoso de Adamuz. La otra mujer que ha liderado la búsqueda es Araceli Pena Sanz, nieta de Alfonso Sanz Martín, combatiente granadino muerto en una emboscada en la sierra de Adamuz el 24 de agosto de 1947. Guadalupe y Araceli han recorrido archivos, registros, buceado en libros de historia y hablado con ancianos que todavía recordaban hechos, nombres y lugares para reconstruir la suerte que corrieron aquellos grupos de guerrilleros y quienes les ayudaron.
Y no es nada fácil, 74 años después del final de la Guerra Civil, la ley del silencio que reinó las cuatro décadas de Franco sigue pesando. Juan Sánchez siempre supo que a su abuelo lo habían matado, pero poco más. «En mi familia no se hablaba. Mi padre nunca dijo nada. Él era muy pequeño cuando pasó, pero tampoco preguntaba», comenta en el cementerio, junto a la zona en la que se sospecha que está su abuelo enterrado con otras decenas de resistentes. Su tía Rafaela Sánchez Torres, otra de las hijas de Bernabé, le acompaña. A sus 84 años, recuerda aquel periodo terrible. Rafaela terminó emigrando a Cataluña con su familia, en parte por razones económicas, en parte por dejar atrás el recuerdo.
A diferencia de otros enterramientos múltiples de la guerra y la represión posterior, en el cementerio de Adamuz no se excavó una gran fosa común donde arrojar los cadáveres. Como el ritmo de la cacería a la que la Guardia Civil y el Ejército sometieron a los guerrilleros fue implacable pero lento, se optó por fosas individuales que se iban abriendo a medida que los iban asesinando. Pero todo con un orden y una pauta que se repetía: en filas de a dos y con un tercera persona en medio, a lo largo de todo el muro del fondo del camposanto. Este rasgo sistemático lleva a pensar a Guadalupe «que puede existir algún registro o archivo de la Guardia Civil que recoja cuántas personas hay enterradas, quiénes eran y dónde están». Porque la nieta de Antonio Gómez Soto sospecha que bajo la tierra puede haber muchos más restos.
También hubo gente que fue enterrada allí pero cuyos cadáveres se pudieron recuperar. Es el caso de Francisco Cebrián, otro enlace de los guerrilleros que fue asesinado por la Guardia Civil en Arroyo Perojil, en Adamuz, en 1949. La familia de este comunista, que había logrado sobrevivir a la guerra y a la represión, pero que terminó pasado por las armas, pudo colarse una noche en el cementerio y desenterrar su cadáver. Su nieta Dolores cuenta que la familia averiguó dónde se encontraba la fosa. «Apenas si estaba excavada, era bastante superficial. Solo apartando un poco de tierra ya asomó. Comprobaron que era él por lo calcetines rojos que llevaba, los zapatos y por la dentadura. Tenía los dientes igual que un hijo suyo», explica bajo uno de los cipreses del cementerio.

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Antonio Gómez, fusilado en Adamuz.

La cata arqueológica que los familiares efectuaron los pasados 10 y 11 de agosto removió la historia más negra de Adamuz. Bajo el cemento de uno de los caminos que surca el cementerio asomó medio cuerpo, constatando la presencia de enterramientos anónimos. Parece que se resuelve así uno de los principales enigmas que asustaba a las familias: si seguían allí los restos de los asesinados o habían desaparecido del todo, durante unas obras de canalización acometidas en los años ochenta sobre las fosas, tal y como afirmó uno de los sepultureros. Basándose en las excavaciones preliminares, los familiares están convencidos de que los represaliados siguen allí enterrados.
Pero la búsqueda, cuando se lleve a cabo de forma completa, va a ser muy complicada. Como ha ocurrido en toda España, el tiempo ha ido modelando el paisaje de las fosas originales. En el caso del pueblo cordobés, además de la instalación de tuberías, se construyeron hileras de nichos en los muros del cementerio y se levantaron nuevas estructuras. Todo ello ha hecho variar las localizaciones que tenían establecidas en un escueto croquis, dibujado por el sepulturero en los 40 y que, en el caso del abuelo de Guadalupe, señalaba exactamente la zona en la que se encontraba. «Nos hemos dado cuenta de que los metros y distancias que indica el dibujo han podido variar porque se construyeron los nichos en los muros laterales con una profundidad de unos ocho metros», apunta la nieta del fusilado.
El primer trabajo sobre el terreno no se podría haber hecho sin la colaboración de Aremehisa, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera. Este grupo, con amplia experiencia en la excavación de fosas en la provincia de Córdoba, recibió el apoyo de voluntarios de media España para realizar la cata. Rafael Espino, su portavoz, espera que la campaña se reanude con la participación de un georradar que ayude a determinar la ubicación exacta de las víctimas. Así, 64 años después de que asesinasen a los últimos resistentes de la guerrilla, sigue la lucha por su memoria.

Los últimos guerrilleros de Andalucía
Rafaela, Dolores y Guadalupe son, respectivamente, hija y nietas de tres guerrilleros andaluces. Sus cuerpos están en una fosa del cementerio de Adamuz. Desde allí contaron la historia de sus abuelos, tres maquis de Sierra Morena.

REPORTAJE: ALFONSO ALBA / FOTOGRAFÍAS: ENRIQUE GÓMEZ /

Los nietos de los últimos maquis de Sierra Morena buscan sus restos en Adamuz

El 11 de septiembre de 1949, diez años después del final de la Guerra Civil, murió en una finca de Adamuz (Córdoba) Claudio Romera Bernal, considerado como el último maquis de Sierra Morena. Romera vivió diez años entre Pozoblanco, Villanueva de Córdoba y Adamuz, al mando del 32ª División de la 3ª Agrupación Guerrillera de Córdoba. Durante esa década, perdió a casi todos los hombres que dirigía. Finalmente, también perdió la vida. Claudio Romero Bernal murió a manos de la Guardia Civil en la finca Moradillas del Cuadrado. Su cadáver fue expuesto durante dos días en la plaza de Adamuz, para que la población local supiese qué pasaba con los guerrilleros que desafiaban al régimen franquista. Después, su cuerpo fue arrojado a la fosa común del cementerio de Adamuz, junto a los restos de unas 50 personas más, entre guerrilleros, enlaces de los maquis y otras víctimas que no tenían vinculación con la resistencia.

Araceli Pena Sanz, de Girona, y Guadalupe Martín Gómez, de Córdoba, son nietas de dos de los fusilados que, según han podido saber después de una intensa investigación conjunta, reposan en la fosa común de Adamuz junto al último maquis de Sierra Morena. Araceli Pena es la nieta de Antonio Sanz Martín, alias El Corneta, nacido en Trevelez (Granada) y muerto en agosto de 1947 en Adamuz, cuando formaba parte de la partida de guerrilleros. Guadalupe Martín es la nieta de Antonio Gómez Soto, capturado por la Guardia Civil en Alcolea (Córdoba) acusado de ser un enlace de la guerrilla y enterrado en Adamuz en septiembre de 1948. Ahora, después de una amistad forjada a base de correos electrónicos y una casi interminable investigación buscan los restos de sus abuelos para poder enterrarlos con dignidad y también para conocer mejor su historia y, sobre todo, cómo murieron.

Estas dos nietas se conocieron hace dos años. Araceli Pena había leído un reportaje publicado ocho años antes en Diario Córdoba sobre la historia de Guadalupe y su madre, que buscaban a su abuelo y padre. Querían saber dónde estaba enterrado y conocer la verdad. Su madre murió en 2005 sin poder saberla. Guadalupe y Araceli se hicieron cómplices. Se recorrieron los archivos de todo tipo (militares y civiles), hablaron con otros familiares, con testigos y supervivientes, con el alcalde de Adamuz, que siempre se mostró colaborador, y con asociaciones para la recuperación de la memoria histórica. Este fin de semana, y gracias principalmente a la Asociación por la Recuperación de la Memoria de Aguilar de la Frontera (Aremehisa), ya saben mucho más de lo que han conocido en los últimos años: que en el cementerio de Adamuz pueden estar enterrados sus abuelos.

La nieta de uno de los maquis consiguió hacerse con un croquis de la última gran fosa de Andalucía, dibujado por el sepulturero

La fosa común de Adamuz era un misterio. A pesar de ser la última gran fosa común de Andalucía (acogió la llegada de los cadáveres de maquis asesinados entre 1942 y 1949 en Sierra Morena) su ubicación y, sobre todo, el estado de los cadáveres era confuso. Guadalupe Gómez logró hacerse ya en 2003 con un croquis dibujado por el sepulturero que enterró el cadáver de su abuelo. El documento señalaba la distancia del enterramiento hasta los muros del cementerio. Guadalupe pidió ayuda a la Junta de Andalucía y un arqueólogo investigó la zona delimitada en 2003. Pero no se encontró nada en esa primera investigación. El cementerio había sido ampliado años después y las medidas no eran exactas.

El testimonio del sepulturero, una vez que consiguieron hablar con él, también fue confuso. Y surgió una terrible duda: en los años 80 el Ayuntamiento había instalado una tubería de agua que hacía pensar que afectó al enterramiento de los maquis. Se sospechaba que en la instalación de la tubería (que se calculaba en dos metros de diámetro) se mutilaron o directamente se sacaron los cadáveres de las entre 45 y 50 personas que reposan en la fosa.

Por eso, Aremehisa, los familiares y el Ayuntamiento decidieron realizar una cata de dos metros por dos metros para saber si los restos de los últimos maquis de Andalucía seguían todavía en el cementerio de Adamuz. Aremehisa hizo un llamamiento a través de internet para buscar voluntarios para esta pequeña excavación. Rápidamente, completó el cupo. Recibió ofrecimientos de arqueólogos y voluntarios de toda España. El Ayuntamiento también facilitó las cosas y el fin de semana pasado, aprovechando las vacaciones, realizaron la cata que rápidamente dio un resultado mucho mejor del esperado.

La temida tubería era mucho más pequeña y estaba mucho más lejos de lo esperado. En su instalación, los operarios cuidaron de dejar los cuerpos de los fusilados abajo de la instalación. Los cadáveres seguían allí y eso era lo más importante para los familiares. La cata arqueológica también ha revelado cómo están enterrados los cuerpos, en un cierto orden.

Ahora, y después de la información que ha arrojado la cata, los familiares se disponen a solicitar los fondos necesarios para seguir adelante con la excavación. Cuentan con el permiso del Ayuntamiento pero ahora necesitan dinero para sufragar los gastos del georradar con el que los responsables de Aremehisa quieren delimitar las dimensiones exactas de la fosa común y el número aproximado de cadáveres que puede acoger. Después, llegará la hora de volver a solicitar voluntarios para la excavación, siguiendo el modelo que Aremehisa ya llevó a cabo en el cementerio de Aguilar de la Frontera, donde hace años lograron exhumar e identificar más de 150 cadáveres repartidos por tres fosas comunes.

LOS JUBILES Y EL GRUPO DE ROMERA

Los maquis enterrados en Adamuz se forjaron una tremenda popularidad en la zona en los años 40. La mayoría había luchado durante la Guerra Civil, alguno, incluso, había sobrevivido al campo de concentración nazi de Mauthasen y, acabada la Segunda Guerra Mundial, había vuelto a España para luchar contra el régimen de Franco. Durante los primeros años, llegaron a poner en jaque a las autoridades franquistas (en Córdoba se les atribuye la colocación de un artefacto explosivo en la misma puerta del cuarte de la Guardia Civil en la capital) y se forjaron una leyenda.

Algunos de los guerrilleros habían sobrevivido al campo de concentración de Mauthasen

Los Jubiles, por ejemplo, era el apodo de tres hermanos anarquistas de Bujalance que una vez acabada la Guerra Civil decidieron echarse al monte. Sus acciones eran bien temidas en Sierra Morena por el régimen franquista, hasta que cayeron víctimas de la traición de uno de los guerrilleros, que había pactado su entrega con la Guardia Civil. Cayeron en el asalto a un cortijo en el que se habían refugiado.

El caso de la partida de Claudio Romera es el último de la resistencia armada contra Franco del que se tiene constancia en Andalucía. Según la investigación realizada por Guadalupe y Araceli, y apoyada en distintos estudios histórico, Claudio Romera fue fugitivo desde el final de la guerra, por su implicación en los sucesos revolucionarios de 1936 en Adamuz. En marzo de 1946 la partida de “Romera” dio muerte al guardia civil Ángel Calleja, del puesto de Alcaracejos (Córdoba). El 11 de febrero de 1946 perdió a tres hombres en el cortijo Venta del Cerezo, donde iban a celebrar una reunión doce guerrilleros, debido a la información facilitada al comandante Machado por José Martínez “Chunga”. Gracias también a la colaboración de este hombre, en la noche del 24 al 25 de abril las fuerzas represivas dieron muerte en el cerro del Quejido, término de Montoro (Córdoba), a Alfonso Nevado “Nevado” y cuatro guerrilleros más. En 1949, Romera y Diego Lindo deambulaban, ya casi en solitario, por la zona de Adamuz. El 12 de julio de 1949 ahorcaron al labrador José Molina Díaz, de Villanueva de Córdoba, porque se había negado a facilitarles ganado y había dado cuenta en el cuartel. Tras captar al enlace que tenían por la Peña del Alcón, Ángel Sánchez, una patrulla de guardias hizo la “espera” en este lugar, detectando la presencia de “Lindo” el 28 de agosto. Cuando se vio perdido, se suicidó.

En busca de los últimos maquis de la Sierra Morena cordobesa
Carmen Reina

Una cata arqueológica en una fosa del cementerio de Adamuz (Córdoba) arrojará luz para buscar los restos de la considerada como última partida de maquis de la provincia.

Los integrantes de la conocida como ‘partida de Romera’ fueron fusilados y sepultados en este cementerio entre 1943 y 1949, en los que ahora se buscan los restos de unas 45 personas.

Guerrilleros, enlaces y personas llevadas a juicio sumarísimo sin pertenecer realmente a los maquis componen este grupo enterrado en una fosa común perfectamente identificada y documentada.

La que está considerada como la última partida de maquis de la Sierra Morena cordobesa, la denominada partida de Romera, desapareció entre los años 1943 y 1949, años en los que sus miembros fueron sometidos a juicios sumarísimos y fusilados en el cementerio de Adamuz (Córdoba). Ahora, setenta años después, se intenta localizar y exhumar sus restos, para lo cual se han iniciado los trabajos de una cata arqueológica en la fosa común, perfectamente identificada y documentada, en la que fueron enterrados en dicho camposanto.

La información y documentación recogida a lo largo de los años por familiares de algunos de los fusilados ubica en esa fosa común a los miembros de la partida Romera, que seguían luchando por un régimen que ya no existía. Se trata de alrededor de 45 personas entre guerrilleros y enlaces a los que se unieron otras personas, acusadas de ser enlaces sin serlo, que fueron llevadas también a juicios sumarísimos y fusiladas en este cementerio entre 1943 y 1949.

Ese trabajo de búsqueda de documentación e información ha servido para identificar a cada uno de los desaparecidos y permite que se haya llegado ahora a este punto en el que la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera (Aremehisa), ocupada en este caso y en contacto con los familiares desde hace alrededor de año y medio, lleva a cabo en estos días los trabajos de la cata arqueológica para localizar los restos.

“Cuando no hay respuesta de los organismos oficiales y el dolor y el luto se perpetúan, tristemente son varias generaciones las que mantienen esa lucha y esa búsqueda de sus familiares” señala a eldiario.es/andalucia el presidente de Aremehisa, Rafael Espino.
Es en esa lucha donde los familiares han encontrado la acción de esta asociación para la recuperación de la memoria histórica. En ese tiempo, Aremehisa ha contado también con el “compromiso real” del Ayuntamiento de Adamuz. Y es que, además de poder acceder a la documentación de la época que obraba en poder del consistorio, la asociación ha contado con los permisos municipales oportunos para desarrollar los trabajos de localización de los cuerpos en el cementerio de propiedad municipal.

Una fosa perfectamente ubicada y documentada

Ahora, bajo la dirección técnica de la arqueóloga de Aremehisa, Virginia Barea, se espera que los trabajos que se desarrollan en estos primeros días “arrojen información del contenido de la fosa”, que se encuentra “perfectamente localizada” y a través de la cual se quiere conocer si, efectivamente, los restos de estas personas siguen enterrados allí.

Esa ubicación exacta del enterramiento se ha obtenido “gracias a documentación de los registros civiles y de algunos expedientes de juicios sumarísimos del Tribunal Militar de Sevilla”, cuenta Espino. Así, la cata que se realiza en estos días se practicará justo en el centro de la longitud de la fosa, con una dimensión de dos por dos metros.

“Esperamos que con la realización de esa única cata se puedan obtener respuestas para saber cuál es el contenido exacto de la fosa”, señalan desde Aremehisa, aunque sobre sus cabezas sobrevuela la duda de qué encontrarán en el enterramiento. Y es que hace años, a mediados de los 80, se llevaron a cabo unos trabajos de canalización justo en esa parte del cementerio sobre los que ahora surge la interrogante de “si la fosa se manipuló, sufrió alguna alteración o se extrajeron cuerpos”, apunta Espino.

Trabajo de voluntarios de casi toda España

En estos trabajos van a colaborar una decena de voluntarios “de prácticamente toda España”, indica el presidente de Aremehisa, desde donde se hizo un llamamiento para reunir a personas dispuestas a trabajar en estas investigaciones sobre el terreno. “Si la respuesta que nos dé la cata es afirmativa, procederemos a lo largo de la primavera del año que viene a la exhumación en su totalidad”, anuncia.

“Hay que agradecer el comportamiento de toda esa gente que mantienen la actitud digna y comprometida con la recuperación de la memoria histórica”, señala Espino en alusión a los voluntarios que van a estar estos días en el cementerio de Adamuz.

Y es que el objetivo, el fin último de este trabajo de intervención, es la recuperación de esa memoria y que los familiares puedan saber dónde están sus parientes. “Nuestro fin es la realización del ciclo completo: localizar, exhumar, identificar y entregar los restos a sus familiares”, cuentan desde Aremehisa. El primer paso, ya se ha dado.